Olvidar, callar y perdonar... ¡Nunca jamás!
No olvidamos. No callamos... Y no perdonamos.
Han pasado dos años desde aquella mañana en que el silencio del Shabat se rompió con el estruendo del odio. Dos años desde que hombres, mujeres, ancianos y niños fueron arrancados de sus casas, secuestrados, quemados vivos o ejecutados por el simple hecho de ser judíos. No fue una guerra: fue una masacre. Y el tiempo, aunque avance, no limpia la sangre ni silencia la memoria.
En estos tiempos de oscuridad, cuando las multitudes se lanzan a las calles gritando consignas vacías y levantando banderas de odio que confunden la justicia con la venganza, el mundo clama por reconciliación. Lo hace mientras los cohetes siguen surcando el cielo, los drones cargados de explosivos buscan su próxima víctima y los atentados se multiplican como si la sangre judía se hubiera vuelto el precio aceptable de una ideología perversa. Los mismos que guardaron silencio mientras se cometía la barbarie ahora invocan la paz entre las ruinas aún humeantes, recitan palabras de fraternidad para absolver a los verdugos y exigen perdón a las víctimas todavía de duelo. Las víctimas que aún no han terminado de enterrar a sus hijos, a sus cónyuges, a sus padres, a sus ancianos. ¡¿A los bebés?!
Vivimos una época en la que la palabra «paz» se pronuncia con la misma rapidez e imprudencia con que se disparan las balas y los cohetes. Una época que exige compasión, pero con exagerada frecuencia la exige de las víctimas y no de los verdugos. Hay una hipocresía disfrazada de diplomacia que convierte la indiferencia en una fortaleza y el perdón en un acto teatral de hipocresía. Es el tiempo en el que se pide a los heridos que comprendan a sus agresores, y se juzga de intransigencia la honestidad de quien se niega a olvidar la barbarie a la que fue sometido.
Los filósofos también lo entendieron. Hannah Arendt escribió que el perdón libera al futuro del peso del pasado, pero solo cuando hay una compromiso asumido. Nietzsche vio en el perdón al verdugo una negación de la dignidad del herido. Perdonar a quien sigue celebrando la muerte no es un acto de nobleza: es un suicidio moral. ¡Una inmoralidad! No hay ética posible sin arrepentimiento, ni paz que se construya sobre la impunidad del asesino.
La psicología del perdón, por su parte, enseña que perdonar puede liberar al que ha sufrido, pero no cuando el perdón se exige desde afuera. Obligar a una víctima a perdonar a su agresor es pedirle que niegue su dolor. El perdón nunca puede ser impuesto; solo puede ser una decisión íntima, nacida del alma. Y el alma no sana mientras la herida siga abierta.
Dos años después, el mundo sigue pidiendo a Israel que mire hacia adelante, que pase la página, que perdone. Pero el perdón no nace del cansancio ni de la presión diplomática. Nace de la verdad, del reconocimiento del mal y de la voluntad de no repetirlo. Y nada de eso ha ocurrido. ¡Absolutamente nada! No hay arrepentimiento en los que matan, ni una pizca de humanidad en quienes los justifican. El perdón no puede extenderse a quienes torturan, violan y celebran el asesinato. Ningún pueblo que ama la vida puede absolver a quienes la desprecian.
Y sin embargo, el mundo insiste. Nos pide olvidar... No, no nos pide olvidar… ¡nos lo exige! ¡Ridículos! Pretenden que pasemos la página mientras las páginas aún están manchadas de sangre. Quieren que llamemos paz a la indiferencia y reconciliación al silencio. Pero el olvido es la tumba donde la justicia ha sido enterrada, y el silencio es la tierra que la ha cubierto. La memoria, en cambio, es la voz interior que impide que la historia se repita. Recordar no es un acto de venganza, sino de lealtad a los que ya no pueden hablar. A los que fueron vilmente asesinados.
No olvidamos, porque recordar es una forma de justicia.
No callamos, porque el silencio sería una monstruosa complicidad.
Y no perdonamos, porque perdonar a quien no pide perdón sería traicionar a los que ya no pueden defenderse, a quienes por ser bebés y niños inocentes, mujeres indefensas o ancianos debilitados, nunca tuvieron siquiera la posibilidad de hacerlo.
Olvidar, callar y perdonar... ¡Nunca jamás!
D. M.

