La infinita melancolía del punto final
La infinita melancolía del punto final
Días atrás, leí un artículo que proclamaba, con tono categórico: “Los cristales no sanan… los imanes no curan… el agua no tiene memoria… y tu signo zodiacal no predice tu día”. Desde mi lado más ferozmente racional, asentí satisfecho: la ciencia siempre tiene la razón.
Pero entonces, con gran asombro, descubrí mi propia contradicción: mientras negaba la magia ajena, me entregaba, sin ningún abogado defensor, a otra —más silenciosa, más íntima, pero con iguales posibilidades de recibir un veredicto de culpabilidad—: la de los signos de puntuación. Porque… si ninguna de aquellas cosas tiene efecto comprobado, ¿cómo explicar, desde el punto de vista científico, el vértigo, la emoción, el estremecimiento que me provocan esas pequeñas marcas en el papel… capaces de acelerar mis latidos, de poner en duda mis más férreas certezas, de convertir una efímera frase en un recuerdo eterno, capaces, incluso, de sanar y de curar… y, quién sabe, de tener memoria y hasta de predecir tu día?
Sí, esas pequeñísimas marcas, aparentemente inocentes, que usamos para dar ritmo, sentido y hasta un drama teatral a las palabras. A las oraciones. ¿A la vida?
Punto y seguido: la pausa que nos recuerda que continuamos con vida
El punto y seguido es ese respiro que no te permite dormirte en los laureles. Es una pausa corta, pero intransigente, que te dice: “Todavía no hemos terminado, así que no guardés el lapicero. Bueno, mejor dicho, no cerrés la computadora… ¡ponete vivo!”. En la vida real, la de ahora, es como esa pausa que hacés en medio de una conversación para tomarte un sorbo de café, pero sin dejar de pensar en lo que vas a decir después. No es una ruptura, ni un angustioso divorcio, ni un drama semejante a Romeo y Julieta. Es, simplemente, un pequeñísimo alto para llenar los pulmones… y seguir.
Punto y coma: la cuerda floja de la incertidumbre y la nostalgia
El punto y coma es como esa relación que no termina; pero tampoco avanza. No es tan breve como el punto y seguido; ni tan definitivo como el punto y aparte; es ese destello fugaz donde las ideas se miran de reojo; respiran profundo; y se hacen un guiño antes de decidir si siguen bailando juntas… o se despiden. Saben que aún no es tiempo de decir adiós; pero también que algo ha cambiado para siempre. En la vida, es el mismísimo instante en que uno se queda mirando el horizonte; sin saber si dar el siguiente paso… o quedarse en ese estado de contemplación. No es una incertidumbre declarada; es un acto de lujo; porque el punto y coma nos recuerda que no todo necesita resolverse ya; en este preciso instante; que a veces, la grandeza está en mantener el equilibrio… aunque la cuerda floja tiemble despavorida bajo nuestros pies. Es el aristócrata de la puntuación: elegante; sobrio; educado en la élite; con marcados rasgos de misterio. No secciona por completo; pero tampoco se conforma con seguir a la expectativa; como si nada. En el plano emocional; en el de nuestros sentimientos; es la nostalgia: ese esperanza sosegada que llega sin llamar; con un café caliente; y con la mirada perdida en un espléndido paisaje pausado en el tiempo. No provoca altercados; pero se instala; firme; inmutable y, sin que te des cuenta, comienza a moverse al compás de un bolero bailable de los de antes; de esos que acarician el almamás de lo que suenan; que giran muy lento; y te aprietan el pecho con una ternura que te roba la respiración; la conciencia.Porque la nostalgia no se despide; se queda; como esa última nota que permanece vibrando en el aire; esperando tu siguiente paso… o invitándote a seguir bailando… un ratito más.
Punto y aparte: el coraje de soltar
El punto y aparte es para los que se atreven a dejar ir… incluso cuando las manos le tiemblan horrorizadas.
Significa que un capítulo se cierra y otro, quizás más resplandeciente, quizás lleno de penumbras, quizás lleno de esperanzas, se abre con una exótica escena y la promesa de ingresar a un sitio desconocido... fresco... ¿más seductor?
Es como dejar una casa que uno conoce de memoria para caminar por un misterioso pasillo que transpira grandiosasaventuras a punto de llegar.
Duele, sí; porque en cada cierre hay una pequeña muerte… y en cada comienzo emerge una herida fresca para sanar.
Pero también late una promesa: que a veces, para que algo nuevo florezca, hay que hacer espacio... despejar de obstáculos la senda que está a un punto y aparte de aparecer.
Que no todo final es una pérdida… y que, muchas veces, es la única manera de encontrar esa puerta que ha estado esperándonos desde hace una eternidad.
Puntos suspensivos: la expectativa infinita
Ah, los puntos suspensivos… Son el equivalente literario a quedarte con la boca abierta… pero sin decir nada… Crean suspenso… intriga… ansiedad… y, si los usás demasiado… también despiertan sospechas de que no sabés… o no querés… terminar las frases. Psicológicamente, son como ese “tenemos que hablar…” que deja flotando una infinidad de posibilidades… desde una proposición de matrimonio… hasta la temida confesión de que, por accidente… ¡borraste mi artículo entero!… ¡porque olvidaste guardar Word!… y desde entonces… lo único que ocupa el espacio de cada párrafo… es un silencio abismal… que no se limita a callar… sino que respira… se desliza entre las líneas vacías… y me observa, paciente, encubierto por el tiempo… como un recuerdo de la infancia… que se niega a abandonar la página… y la vida… Son una frontera invisible… encantadora… o insoportable… un puente colgante sobre un abismo infinito… que no sabemos si nos está permitido cruzar… pero que… inevitablemente… nos acaricia… nos tienta… y nos arrastra con una formidable intensidad… como si el mundo entero se quedara detenido durante un instante interminable… aguardando… hasta que…
La infinita melancolía del punto final
Y llegamos, inevitablemente, al punto final. Aquí, ya no existe un truco; ni un acto de magia liberador; no hay una escapatoria; no hay continuidad ni pausa que lo suavice ni una encantadorafrase que alivie su desenlace. El punto final es la muerte del texto… y, en cierto sentido, la metáfora más concreta de nuestra partida final. Es el cierre que no se discute, la despedida que no se posterga. ¡El final! Aceptar un punto final es aceptar que no habrá más capítulos, ni epílogos, ni párrafos, ni segundas oportunidades en esa página. Y quizás por eso duela tanto escribirlo: porque sabemos que ese pequeñísimo signo ortográfico, con su astuta humildad, tarde o temprano nosasestará un cierre a nosotros también. ¡A todos! ¡Sin excepción!
Pero en ese desasosiego, también vive una resplandeciente melancolía, que nos abraza con la certeza de que todo lo que hemos vivido tuvo sentido. Que cada palabra, cada pausa, cada párrafo y cada capítulo de nuestra vida, fueron necesarios para llegar hasta aquí. Que cerrar una página no significa enterrar una historia, sino preservarla intacta en lo más profundo de nuestra memoria, como aquella fascinante canción que ya no se escucha en el radio… pero continúa vibrando en nuestras más íntimas añoranzas y en nuestro corazón.
Porque la melancolía infinita del punto final no es un adiós definitivo… es tan solo una nota musical que se desvanece para dar paso a otra, en otra historia, escrita con otro lapicero y relatada por otra voz.
Y entonces, en las cercanías del punto final de este artículo, me pregunto si ese signo —al igual que aquella sentencia categórica que, con implacable firmeza, proclamaba que “Los cristales no sanan… los imanes no curan… el agua no tiene memoria… y tu signo zodiacal no predice tu día”—… ¿no esconde también un misterio que la ciencia todavía no se atreve a nombrar? No hablo de magia ni de supersticiones… hablo de la invisible y caprichosa persistencia de las palabras… de esa grandiosa carga emocional que se aferra a los cierres… transformándolos en añoranzas… en majestuosas melancolías suspendidas… en vibraciones del alma… como si el punto final no fuese un cierre… sino la huella de aquello que insiste en seguir vivo… aunque haya sido escrito… aunque haya sido escuchado… aunque haya sido bailado… aunque la penumbra del telón haya comenzado a cubrir la totalidad del escenario… y, aun así, quede resonando en nosotros como una detonación silenciosa que se niega a morir, como un melancólico vestigio que nos recuerda que también la fugacidad de un punto final... escondeun apego casi teatral por la eternidad.
Hay finales que pesan… y, sin embargo, no se desploman; se quedan aferrados en algún escondite de la memoria, sujetándonos con la intransigencia de un recuerdo que no sabe adónde emigrar. Y entonces me asalta una duda: ¿será que, en el fondo, cada punto final guarda un último latido de vida que se resiste un segundo más… quizá un segundo que ambicionaconvertirse en toda una eternidad?
Y si este fuera mi último punto… lo dejaría abierto… ¡Sí… eternamente!... Como un latido infinito que se columpia en la brisa de las montañas… y luego se disuelve, sumiso y complaciente, en las mansas aguas de un riachuelo escondidoentre la espesura de un bosque frondoso... como un sueño que aún aguarda cumplirse… flotando en un melancólico instante… con la promesa de que aquel bolero bailable de los de antes… de esos que acarician el alma mientras suenan… aún nos acompañará en silencio… como una ilusión que se niega a morir… girando… danzando… desvaneciéndose… hasta que…
D. M.